La primera inspiración de Ariel Ramírez para escribir una obra religiosa se produjo en los años cincuenta, cuando era un músico desconocido y residía en un convento en Würzburg (Alemania). Allí se relacionó con dos monjas, las hermanas Elizabeth y Regina Brückner, quienes le contaron que una hermosa casona frente al convento había sido un campo de concentración durante el nazismo ―apenas unos años antes―, y que ellas, a pesar de estar castigado con la muerte, noche a noche llevaban comida a los prisioneros.
Al finalizar el relato de mis queridas protectoras, sentí que tenía que escribir una obra, algo profundo, religioso, que honrara la vida, que involucrara a las personas más allá de sus creencias, de su raza, de su color u origen. Que se refiriera al hombre, a su dignidad, al valor, a la libertad, al respeto del hombre relacionado a Dios, como su Creador.1
En 1954, Ariel Ramírez retomó su idea en un viaje por barco de Liverpool a Buenos Aires, y tomó la decisión de escribir algún día una obra musical en honor de esas dos monjas alemanas.
Comprendí que solo podía agradecerles escribiendo en su homenaje una obra religiosa, pero no sabía aún cómo realizarla.1
Ya en los años sesenta, Ariel Ramírez conversó su idea con un amigo de juventud y sacerdote, el padre Antonio Osvaldo Catena, en ese momento presidente de la Comisión Episcopal para Sudamérica, quien fue el que concibió la idea de «componer una misa con ritmos y formas musicales de esta tierra».1
Una vez realizados los bocetos sobre la estructura, otro sacerdote y director de coro, el padre Jesús Gabriel Segade, fue quien realizó los arreglos corales. El padre Segade fue también quien dirigió el coro (la Cantoría de la Basílica del Socorro) en la primera versión de la Misa criolla.
El álbum fue galardonado con discos de oro y platino. Fue ingresado en el catálogo del Vaticano, donde también fue presentada bajo el pontificado del papa Pablo VI, como «obra de importancia religiosa universal».
Tanto Ariel Ramírez, como algunos de los intérpretes destacados de la Misa criolla, como Zamba Quipildor, han insistido en que la obra no debe verse como un mensaje estrictamente «católico», sino como la expresión de un sentimiento universal, vinculado al deseo de paz que existe en todas las culturas humanas.
La obra Navidad nuestra es una de las grandes creaciones folclóricas argentinas de Ariel Ramírez (1921-2010) como músico y Félix Luna (1925-2009), como poeta, en una larga lista de creaciones compartidas, cada una mejor que la otra. En este caso contaron con la valiosa colaboración del padre Antonio Segade.
Aunque la obra formó desde el principio pareja con la más famosa Misa criolla, como lado B del vinilo original, e incluso mucha gente las toma como una obra de conjunto, en realidad Navidad nuestra es diferente de la misa.
Se trata de una obra donde se recogen seis hitos del evangelio de infancia (haciendo, como es costumbre, mezcla del relato mateano con el lucano), y se los presenta en sendos ritmos folclóricos típicos de distintas regiones de la Argentina. Las poesías, a su vez, se adecuan a las formas habituales en cada uno de los géneros.